Me siento extraño… quizás tenga fiebre, tengo un malestar general y no sé bien qué es. Empiezo a sentir que me falta el aire y me cuesta respirar, mi corazón se acelera. Estoy un poco mareado, no entiendo qué me está sucediendo, es algo nuevo… pero sea lo que sea no parece ser bueno… poco a poco un cosquilleo invade mis manos, luego mis pies. Hasta hace un momento mi vida era igual que siempre y ahora parece que estoy enfermo… creo que mi corazón está fallando, pero lo de las manos? QUÉ ES?! Parece que está empeorando porque va subiendo por mis extremidades y me está costando controlarlas. En mi pecho hay opresión, el corazón se me acelera más y más, es un caballo desbocado… me falta el aire, trato de entender qué me está pasando pero no logro pensar con claridad. … MI CORAZÓN VA A ESTALLAR, VOY A TENER UN ATAQUE, VOY A MORIRME… estoy desesperado, y me invade la angustia, tengo ganas de llorar pero no lo hago, qué me pasa, me estoy volviendo loco?!. Este episodio es una crisis de ansiedad o ataque de pánico. En un trastorno muy común en nuestra época aunque las primeras descripciones clínicas, si bien no identificadas con este nombre, datan del siglo XIX. El relato es a modo de ejemplo, intentando transmitir al lector la brusquedad y confusión con que se presentan estas crisis, no significa que sean todas iguales, pueden variar para cada caso en particular. Afecta principalmente a gente joven, alrededor de los 25 años y más a mujeres que a hombres. La crisis de pánico se caracteriza por la velocidad con que se precipita llegando a su máxima intensidad en los primeros minutos. En general, no dura más de una hora. Siempre encontramos algunos de los siguientes síntomas: palpitaciones, sudoración, temblores, sensación de ahogo, sensación de atragantarse, opresión en el pecho, náuseas, mareos o desmayos, sensación de irrealidad, miedo a perder el control o volverse loco, miedo a morir, entumecimiento u hormigueo, escalofríos. Se considera una de las situaciones más penosas que puede experimentar una persona, ya que lo inunda el terror y el sentimiento de que algo horrible va a pasarle y que no puede hacer nada para impedirlo. Pensar en ello no es precisamente tranquilizador, así que si ya estamos 'encendidos' creernos en grave peligro acaba por provocar un incendio. Estamos en pleno pánico. Sube el nivel de ansiedad provocando más efectos espectaculares (temblor de piernas, sensación de vértigo, rigidez de nuca, visión borrosa, sensación de flotar y de irrealidad). Por lo tanto, si estamos atravesando una crisis de pánico debemos evitar este tipo de pensamientos. Nuestras ideas son la madera con la que se nutre el fuego del pánico, producen mayor inseguridad y la espiral retroalimenta. Para controlar estos episodios es fundamental el dominio de la respiración. Respirar hondo: si notamos cosquilleos en las puntas de las manos o en los pies significa que estamos ventilando o oxigenando más de la cuenta, aguantaremos el aire contando tranquilamente 1, 2, 3…. expulsaremos suavemente, y repetimos la operación hasta notar que de esta forma introducimos menos oxígeno, desaparece el síntoma del cosquilleo y nos resulta más cómoda la respiración. Las causas psicológicas de este trastorno están vinculadas con: la sobre exigencia y el estrés. Podemos considerar como desencadenantes situaciones capaces de generar ansiedad, tales como: cambios de actividad, mudanzas, viajes, conflictos amorosos, separaciones, dificultades económicas, exámenes, etc.
También pueden ser respuesta a un exceso de actividad corporal, consumo exagerado de sustancias adictivas (café, alcohol, y cocaína), o medicamentos que producen ansiedad. Es frecuente también, que aparezcan una sola vez en la vida. En caso de persistir pueden producir cambios en el comportamiento que deterioran la calidad de vida, el temor a padecer un ataque va llevando a la persona a evitar lugares y/o situaciones. Estos lugares o situaciones se van haciendo cada vez más numerosos, limitando las actividades y la vida del sujeto. En relación al tratamiento de este trastorno existe un consenso entre psiquiatras, psicólogos y farmacólogos en que lo mejor es la combinación de un tratamiento farmacológico y uno psicoterapéutico. Sin embargo, la administración de fármacos no siempre es necesaria, ésta dependerá de cada caso, teniendo en cuenta el tipo de trastorno y la severidad del mismo. Por lo general todos los casos evolucionan satisfactoriamente.
Lic. Javier Alvarez
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